En la pasta del cuaderno de Miguel Ángel Azogue, siguiendo la pauta del letrero impreso, además de su nombre y dos apellidos escritos por una mano ejercitada en caligrafía, se lee Tutoría y moral. En el interior fue poniéndole títulos a sus textos libres sobre los asuntos trabajados en tutoría, de la siguiente forma: La autoridad, Obligación moral, Religión, Si no amas a tu prójimo al que ves…, Año Nuevo (el tiempo), Conducta, Día de excursión, Carnaval, Autoridad del padre, Continuamente se desea renacer, Desigualdad de la Naturaleza, Un mismo hecho puede ser bueno y malo a la vez, Reconciliación, Respetar las normas es signo evidente de educación.
Para contextualizar adecuadamente los epígrafes que Azogue pone a los temas tratados, hay que situarse frente a la mala prensa que tenía el Rafael Guiraum en el Distrito Norte en comparación con S. Mateo, Francisco Mesa o Joaquín García. Nada más llegar sentí extrañeza al comprobar que los maestros con plazas en propiedad no se disputaran las tutorías de la segunda etapa de la EGB con los recién llegados. Nombrado para un destino provisional, ocupé una tutoría de 6º.
Pese a las impresiones poco motivadoras del primer contacto con el colegio, continué empeñándome por alcanzar una relación de maestro-compañero con los alumnos, a sabiendas de que todavía, cuando me quedara sin argumentos, recurriría al castigo como último recurso para evitar que la clase se me fuera de las manos.
Con el tema que Miguel Ángel titula La autoridad, pretendí dejarle claro a la clase el nivel de relación que el tutor quería establecer con ellos desde el principio. Había que tener claras las diferencias existentes entre auctoritas y potestas, dado que en el contexto social del alumnado primaba la ley del más fuerte. Alguien consideró fuera de lugar mi empeño por darle a los alumnos/as trato de amigo o compañero. Se temía que tanta proximidad disminuyera la auctoritas inherente al rol social del maestro. Por el contrario, observar el modo de contactar con los alumnos el compañero Antonio Calle, profesor de Educación Física, me animó mucho a seguir en el empeño.
Afortunadamente, la apuesta resultó muy positiva. Los seis años que ejercí como provisional en el Rafael Guiraum me reafirmaron en el ideal del maestro-compañero. Trabajando en un ambiente de clase apoyado en las relaciones de respeto al grupo y a cada alumno/a en particular, especialmente en momentos de desencuentro, todos aprendimos algo muy importante: empatizar. Terminé convenciéndome de que maestro y alumnos/as teníamos que implicarnos en una misma tarea: aprender juntos.


