Taller de Pineda Calderón. José María Márquez

El pasado julio se publicó en La Voz de Alcalá una postal con foto de José María Márquez Catalán titulada Taller del imaginero Pineda Calderón, que me evocó con mucha fuerza las visitas que hice, por los años sesenta del siglo pasado, a Pineda Calderón en su taller. La imagen del rincón del primitivo taller de Manolo Calderón, inmortalizado por el fotógrafo, me transportó a la apacible cotidianidad dentro de la que trabajaba nuestro imaginero. A pesar de los cambios de ubicación que tuvo a lo largo de su actividad profesional, el clima del taller permaneció inalterable, porque fue el propio Manolo quien no cambió nunca. De la casa de vecinos en la Calle de la Mina, pasó a una accesoria a la espalda de la casa de Beca con entrada por calle Salvadores dos.

Hacia 1960, Manolo Calderón se limitó a atravesar con sus bártulos a la acera de enfrente de la misma calle Salvadores, para mudarse definitivamente al amplísimo y algo desangelado taller de la planta baja de la casa nueva, que se construyó el imaginero demoliendo una antigua vivienda. Ni por eso se produjo el menor cambio en su talante de hombre sencillo y tranquilo, ni en su forma de trabajar.

Aunque la imagen sea del taller de la casa de vecinos, me despertó gratos recuerdos, por evocarme sensaciones, personas, olores y ecos que, varios lustros más tarde, percibí en este lugar. Por entonces, José María Cerero, en el taller desde la década de los años cuarenta, se encargaba de las labores más pesadas, dado que Manolo ya iba teniendo una edad respetable y andaba algo delicado de salud.

Recuerdo a Manolo Calderón trabajando con el babi de crudillo para protegerse del polvo y las virutas. Lo imagino en el extremo derecho del viejo banco de trabajo, evitando salir en la foto, pues no le gustaba. Tendría sus gafas de trabajo con montura oscura algo caídas y andaría centrado en su trabajo, pero sin estresarse. Puede que anduviera despotricando de curas y monjas postconciliares, empeñados en desvestir las iglesias de altares, retablos e imágenes.

Manejando las gubias con destreza, desde su puesto fijo de trabajo en el invisible extremo derecho del banco, en silencio daría vueltas a una preocupación: cuando por fin me hago con un taller acorde a la maestría con el sello propio reconocido en el oficio, la Iglesia está «protestantizando». De hecho, pronto tuvo que reducir el espacio del taller y hacer habitaciones para huéspedes. José María se colocó en un taller de herrería.

Francisco López Pérez, maestro de Educación Primaria, licenciado en Geografía e Historia, colaborador habitual en la presa local alcalareña.

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