Los alcalareños no lo saben, pero en un rincón cercano a la calle Silos, tienen un museo que omiten las guías turísticas y las páginas oficiales del Ayuntamiento. Se trata del «museo de la radio» que mima a diario Antonio Muñoz Oliva, un devoto de las ondas que ha conseguido reunir una de las colecciones más importantes de España, con casi mil aparatos, sesenta de ellos de galena.

Después de varias décadas rastreando mercadillos y tiendas de antigüedades, Antonio Muñoz puede presumir de estanterías que resumen la historia de un medio que, a pesar del romanticismo de los modelos, sigue narrando el presente. Él las muestra orgulloso y «sin cobrar, no como hace Luis del Olmo», cuya colección, «mucho más pequeña», ya ha visitado.

Se podría decir que Antonio Muñoz es un trashumante y un artesano de la radio. Trashumante porque ha estado presente en reuniones celebradas en media España; hasta llegar con su coche a Francia o Portugal, donde ha hecho sus últimas adquisiciones en Lisboa y Oporto.

En Sevilla, a primerísima hora de la mañana, suele merodear por El Charco de la Pava o El Jueves de la calle Feria, y se sorprende al comprobar cómo la «gente joven vende por poco dinero radios que han podido heredar de sus abuelos».

Y se diría que es artesano porque él mismo se encarga de restaurar los modelos que encuentra defectuosos, añadiendo piezas, hasta hacerlos funcionar. Como botón de muestra, enciende una radio de galena de finales del siglo XIX, con sendos cables de aire y tierra, este último conectado a una tubería metálica de agua.

«Por casualidad»
Acaso lo más sorprendente de esta colección no sean ni la cantidad ni la calidad de las radios conservadas, sino el origen de este particular museo, que surgió «por casualidad».

Nacido en Aguadulce en 1944, pero criado en La Roda de Andalucía desde los cinco años, Antonio Muñoz trabajó toda su vida como tornero. Hace casi cincuenta años, se instaló en Alcalá contratado por «la siderúrgica que estaba en la Hacienda Dolores». Luego montó su propio negocio con varios compañeros, con los que hizo frente a proyectos de distinta envergadura, bien para la Expo 92, o bien para clientes ocasionales, como aquel que por unos platillos para afilar le recompensó con una coqueta radio de válvulas, marca Maite, que fue la «semilla» de la colección.

A Antonio Muñoz le cautivó ese regalo, que le condujo a las galenas de los años veinte, a las radios tipo «capilla» o a la tabla Atwater Kent, fabricada en Filadelfia, con lámparas externas, que se encuentra entre sus preferidas.
En un lugar destacado están tres radios de los años treinta que se comercializaron en la Alemania nazi. Son de la casa Telefunken y están grabados con un águila. Junto a ellas, Antonio Muñoz ha colocado la radio Zenith que usaba Franco y que equivalía a «un Rolls-Royce de la época». Para que quede aún más claro su valor, un papel indica la opinión de Muñoz sobre el ejemplar: «Lo único que tenía bueno [Franco] era una radio como esta en El Pardo».

Y como esta, decenas de radios más: la galena Esteva Marata, las primeras Philip o los «modernos» aparatos norteamericanos que llegaron tras instalarse las bases de Morón y Rota; a los que se suman como acompañantes varios tocadiscos de vinidio, una caja de música suiza o dos magníficas gramolas de La Voz de su Amo, que, a golpe de manivela, todavía pueden poner banda sonora a este museo de película.

Periodista y guionista. Doctor en Periodismo y Máster en Guión y Narrativa Audiovisual. Interesado en la cultura en (casi) todas sus manifestaciones: literatura, música, cine, artes plásticas...

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