Silvia Sánchez, profesora en la Escuela de Arte de Sevilla, presenta la exposición «Al final del arcoíris», que estará disponible en la Casa de la Cultura hasta el 8 de mayo. Se trata de una recopilación de diferentes trabajos realizados a lo largo de su vida, e incluye dos bodegones que realizó cuando era una niña: «modestos trabajos que realicé con temperas sobre unos cartoncillos donde venían dobladas unas camisas nuevas de mi padre», escribe en el texto que acompaña la obra.

Silvia estudió Bellas artes y Comunicación Audiovisual, sin embargo, hizo carrera en el diseño gráfico ante las escasas expectativas laborales que le dibujaba el arte. Durante años, cuenta, la exigencia propia y lo estándares le resultaron un «freno» creativo, «porque parece que siempre tiene que ser algo maravilloso», en referencia a las obras de arte. El año pasado volvió a recobrar las ganas de pintar y de disfrutar haciéndolo, y ahora trae a Alcalá una recopilación de diferentes pinturas donde puede observarse el paso de los años y su reflejo en los trazos y los colores. Antes, agrega, pintaba más colorido, algo que con el paso de los años ha cambiado, adquiriendo su obra tonos más oscuros donde la textura es protagonista.

La exposición de Silvia Sánchez, la abre «Bodegón I y II.1980», dos cuadros que realizó cuando era niña. «No sé si mis primeros cuadros, pero sí los primeros que enmarqué», cuenta Silvia al otro lado del teléfono. Hace poco, cuando decidió recopilar las pinturas que había realizado a lo largo de su vida, le pidió el bodegón a su abuela, quien todavía lo tenía colgado en la pared de su salón.

Influencias y estilo

En su obra, Silvia admite la influencia de artistas como Antonio Tàpies o de Miquel Barceló, quiénes marcaron su estilo cuando todavía se encontraba en la facultad. El color queda relegado a un segundo plano , cobrando la textura protagonismo, con trazos gruesos y delgados que dibujan el relieve de paisajes mayormente rurales.

Un denominador común en su obra son los «arañazos» que realiza con el cabo, reverso del pincel, para proporcionar textura a sus cuadros. Empezó a hacerlo desde pequeña y confiesa que ha sido una sorpresa encontrarse usando esa técnica años más tarde. Esta característica de su obra se puede observar en uno de los bodegones que pintó en su infancia, donde unas rosas aparecen arañadas, como difuminadas.

La obra que cierra la exposición, el círculo como Silvia la nombra, se denomina «Watterwork», una pintura que realizó con libertad y que confiesa que disfrutó mucho. Este cuadro fue el que le hizo «desempolvar» sus «viejos cacharros» y volver a pintar, motivada por «la belleza de nuestro valle, su color e inmensidad». Preguntada por sus futuros proyectos, no descarta iniciar algo nuevo y confiesa sentirse motivada tras la acogida de la exposición.

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