A juzgar por lo que observo, no deben quedar muchos abuelos que sigan asociando los comienzos de curso con los almeces, las palmichas y los huesos del fruto del cinamomo. Sus hijos, nietos y bisnietos, no muestran el menor signo de interés por estos frutos, tal vez por no haber oído hablar de sus peculiaridades. Los tres son drupas de poca «carne», comestibles los dos primeros. Sólo la palmicha es autóctona, los otros dos hace siglos que nos llegaron de tierras lejanas.

Actualmente, estas tres especies vegetales las podemos encontrar en nuestra ciudad, convertidas en plantas ornamentales. Pero ya nadie se interesa ni por su mesocarpo comestible en dos de ellas, ni por el endocarpo susceptible de transformarse en certeros proyectiles lanzados con cerbatanas.

Quiero recordar que cada juego tenía su época propia a lo largo del año, fuera de la cual quedaban completamente aparcados. Se veía raro jugar a algo fuera de «tiempo». Entre los juegos propios de comienzos de otoño, coincidiendo con la vuelta al cole, estaban las batallas campales con cerbatanas de caña o cualquier otro material, debido a la abundancia de munición que proporcionaban almeces y cinamomos.

Muchos de los de mi generación que estuvieron en el patio de debajo de los salesianos recordarán que, excepcionalmente, las primeras semanas de curso, hasta que volvían los bachilleres, teníamos los recreos en el patio de arriba. Como en la zona del jardín había cinamomos (paraísos), las bolitas caían a racimos en el espacio de juegos, y las guerritas con cerbatanas daban mucho juego, prohibido por los maestros, pues se consideraba peligroso.

Los almeces tenían un atractivo añadido: ir a cogerlos al Bosque de La Tapada, volver al pueblo con las faltriqueras llenas, disfrutar del dulzor de su poca «carne» y utilizar sus huesos como munición. Los tubitos eran cortos, cabían en el bolsillo. Con el uso del bolígrafo, su funda se convertía en cerbatana durante todo el curso.

Francisco López Pérez, maestro de Educación Primaria, licenciado en Geografía e Historia, colaborador habitual en la presa local alcalareña.

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