Vivimos saturados por la contradicción y/o la paradoja reinante, pasmados ante lo intolerable. Absortos en una espiral de estupidez y frivolidad que, bien mirada, solo esconde perversión y necedad. Sujetos a una moda de actitudes y manifestaciones contrarias a los imperativos de la moralidad, y hasta ahora solo propias de los canallas. A tal extremo que ser buena persona se ha vuelto revolucionario. Está en todas partes, pero especialmente entre ciertos políticos que ejercen como mandatarios de los intereses económicos, cuya inclinación hacia el mal sigue el rastro del dinero. No es casual, verbigracia, que algunos de sus grandes referentes (Trump, Milei…) ninguneen, ridiculicen, los retos del mundo que revelan las contradicciones del imperio del capital, ya sea la sostenibilidad ambiental o la creciente desigualdad social.

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