Dibujo de una Virgen de candelero. Lva

A lo largo de los años sesenta, en las visitas a Manuel Pineda Calderón en su taller siempre que volvía a Alcalá por vacaciones, descubrí cosas curiosas y forjé los cimientos de mi identidad alcalareña. Las peculiaridades que conformaban aquel lugar me llevaron a considerarlo como un espacio en el que era posible vivir momentos irrepetibles.

A veces me dieron allí las doce, entonces Manolo elevaba un poco el volumen de la radio que hasta ese momento había sonado muy bajito, y dejando quietas las gubias, escuchaba en silencio religioso el ángelus con el que daba comienzo el parte de medio día en Radio Nacional de España. La solidez de esta costumbre la corroboraban los presentes siguiendo la pauta marcada por el maestro.

Sin pretender caer en la irreverencia, digo que la primera vez que vi imágenes de candelero desvestidas, pensé en los maniquíes que había visto en la tienda de Currito Muro. Me extrañó mucho que el escultor se ocupara en trabajar tales muñecos. Con las explicaciones de Manolo aprendí a fijarme en las expresiones de sus rostros y manos, para distinguir perfectamente sus trabajos de los maniquíes de cartón piedra. La cercanía a esculturas pendientes de restauración me planteaba preguntas sobre el engaño barroco. Ni podía imaginarme a qué se reducía el candelero de las dolorosas sin sus ricos ajuares.

Me preguntaba por qué el San Francisco de San Roque llegó al taller para corregirle la excesiva inclinación del torso hasta ponerlo como se encuentra ahora. ¿Quién hubiera imaginado para qué se utilizaban los pelos de gatos o aquella cola apestosa? ¿Qué decir del uso de los escrotos de cerdos para el acabado de las suaves texturas de rostros, manos, pies u otras partes visibles del cuerpo?

La imagen de un antiguo Nazareno que había llegado al taller, no recuerdo bien si desde Vejer (Cádiz), para ser restaurado, atrajo especialmente mi atención. Comentaba Manolo que en el pueblo de origen se decía que Isabel la Católica había rezado ante aquel Cristo. El problema era que la anatomía de las piernas estaba a penas esbozadas y la hermandad quería otras piernas nuevas más barrocas. Por fortuna la sensibilidad respecto a las restauraciones ha cambiado mucho para bien. Lo que aprendí en el taller viendo hacer vaciados en escayola de figuras modeladas en barro, me resultó muy útil cuando mi patrulla de boy scouts se embarcó en el proyecto de crear un fondo económico sólido, con vistas a realizar un viaje en barco por el Guadalquivir desde Sevilla a Sanlúcar.