Hay que aceptar, mal que nos pese, que en las guerras siempre hay que tomar partido por uno de los bandos enfrentados. Por ejemplo, tomando como modelo la Guerra Civil Española, no debiera haber muchas dudas sobre cuál sería la posición correcta. Empero, sigue sin haber un consenso sobre cómo contarnos a nosotros y a las nuevas generaciones ese pasado traumático, de quién somos o queremos ser herederos hoy, si de las víctimas o de los verdugos. Hago mías las faltas. Porque es un error fatal de orgullo moral juzgar un tiempo que no vivimos, o condenar desde fuera a las personas de carne y hueso enfrentadas al drama de decidir. Pero eso no significa que no sepamos cómo habríamos tenido que comportarnos. Es más, si somos precisos con el pasado y justos con los protagonistas, si tenemos en cuenta el contexto y las circunstancias atenuantes, esa decisión puede brindar una oportunidad de lección.

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