Veinticinco euros por tres refrescos, una tapa de ensaladilla y seis croquetas. Podía terminar el artículo en esta primera oración, sin más espanto, pero uno debe explicarse. Ese es el precio que un servidor pagó un bar de la plaza de El Duque mientras esperaba, días atrás, la procesión de la Patrona. Virgen santa, podría haber exclamado con total derecho.
Desde esta misma columna, el que suscribe ha elogiado la capacidad del sector hostelero para revitalizar el casco histórico de la ciudad, depauperado y moribundo. Benditos bares que han alegrado esa calle La Mina, espina dorsal del centro, con más locales vacíos que abiertos. Otro tanto cabe decir de La Plazuela, donde las mercerías han dejado espacio para los bares y las calles se han llenado, cuando menos para beber cerveza.
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