Los dos hombres se veían a veces en una hermosa plaza cuyo centro ocupaba un inmenso árbol de tronco enorme y ramas retorcidas que, según explicaba con demasiada frecuencia el mayor de ellos, había traído Colón de América hace cinco siglos y había plantado allí su propio hijo, para que todos pudiesen admirar en su forma arbitraria la extravagante omnipotencia del Creador. Aquella historia, sin embargo, era pura invención. En realidad, aquel árbol no era el ombú que había traído Colón de América. Ni siquiera era un ombú. Pero él nunca permitió que la realidad pusiera límites a su petulancia.

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Rafael Ojeda Rivero. Doctor en Medicina. Especialista en Anestesiología y Reanimación, que ha ejercido en el hospital Virgen del Rocío desde enero de 1990. Ha sido vicepresidente del Comité de Ética...