En el seno de las democracias liberales late una profunda contradicción. Por una parte, los ciudadanos somos libres de vivir de acuerdo con nuestras convicciones más profundas. El Estado, al menos en teoría, no nos impone ninguna moral particular, por lo que nuestras sociedades son éticamente heterogéneas. Sin embargo, por otro lado, los Estados actuales controlan cada vez más aspectos de nuestra vida, lo que a menudo limita la libertad de conciencia de la que supuestamente gozamos.
CONTENIDO EXCLUSIVO
Hazte socio. Si ya lo eres y aún no tienes claves pídelas a [email protected]
Si ya eres socio inicia sesión