Tribuna de Francisco Pérez Moreno, exconcejal socialista de Alcalá

Hay pocas dudas en definir como uno de los mayores problemas que tenemos en estos momentos a la crispación social, la existencia de posiciones irreconciliables, el convencimiento de que no son posibles acuerdos, ni el ámbito de la política institucional ni en casi nada que sea relevante para la buena marcha de la sociedad. 

Sí hay una gran coincidencia en que los momentos actuales, la situación provocada por la pandemia y las enormes consecuencias económicas y sociales que ya se empiezan a ver, pero están lejos de calibrarse, requieren de grandes dosis de acuerdos, de puntos de encuentros, de consensos en los asuntos fundamentales y en las recetas para paliar, primero, y salir, después, de esta larga crisis.

A veces nos olvidamos de que la democracia consiste en la coexistencia de conjuntos políticos que suman la mayoría y tienen la responsabilidad y la tarea de gobernar, y otros conjuntos políticos que conforman la oposición a ese gobierno y tienen el deber, también democrático, de «oponerse» a lo que hace el gobierno, controlarlo y fiscalizarlo. La suma de los dos conjuntos es la democracia.

Ello no obvia para que haya que buscar espacios de encuentros, de acuerdos, que surgen del diálogo, la negociación, la cesión y la generosidad de ambas partes.

A mi entender, podemos definir dos maneras muy diferentes de hacer la política en las instituciones. Una, la que busca esos consensos, sabiendo que son difíciles, pero que trata, primero de compartir diagnósticos de los problemas existentes, para luego buscar esos puntos de consenso que hacen posible, si no la unanimidad, sí que haya acuerdos más amplios que los únicos del gobierno de cada institución.

La segunda, la que creo que más se practica ahora, es hacer la política de la adhesión. Es decir, yo decido y público qué voy a hacer para resolver el problema (o incluso decidir qué problema atajo primero) y los demás, o se adhieren a lo que yo digo o están en contra de lo que yo digo. Ese es el debate y esas son las posiciones. O conmigo o contra mí. Sin punto intermedio ni posibilidad alguna de acuerdo. O secundas lo que ya he decidido o estás en contra de todo, eres un antipatriota, solo buscas destrozar, etc.

Eso veo que se practica en todos los niveles de la gobernabilidad. Y como gobiernan distintas opciones políticas en cada nivel, pues parece ser una moda muy asentada y difícil de romper. A nivel nacional, si no votas mis decretos es que quieres que haya muertos. A nivel regional, si no colaboras con mi decisión de cómo se gestionan las tarjetas monedero, no te importa la gente que pasa necesidad. A nivel local, si no compartes lo que ya he decidido de reordenación del centro, estás contra la ciudad y su desarrollo.

Lamentablemente, esta crispación del debate político y de las soluciones a los problemas, a veces muy espoleada en redes sociales y medios de comunicación, se traslada a toda la sociedad, nos divide en bloques enfrentados, en enemigos en poteia. Y cada vez es más difícil hablar sin pelear, razonar, encontrar acuerdos.

Por la ciudad, por Andalucía y por España, creo que merece la pena hacer esfuerzos por romper esa peligrosa deriva, por abandonar esa política de adhesión y buscar acuerdos en los diagnósticos, las prioridades y las soluciones, no solo entre quienes moran en las instituciones sino facilitándolo con todos los entes sociales, entre la ciudadanía.

Sé que no es fácil, que requiere de generosidad y amplitud de miras, de elevar la vista y no actuar solo a corto plazo, de renunciar a la soberbia. Pero también sé que empieza a ser imprescindible que lo hagamos posible. Acuerdos y consensos, sí. Imposiciones y el no por el no, tampoco.

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