Por fin se hizo el milagro. Nos hemos salvado por la campana. A punto de decretar la sequía por la vía de urgencia y el cielo empezó a llorar lágrimas de alegría.

Para nuestros agricultores, para nuestros ganaderos, para las ciudades secas tras cuatro años de espera. En siete días ha llovido más que en siete meses en Andalucía. El río es un torrente chocolate de una fuerza impresionante.

Da gusto bajar a verlo. Inmortalizarlo en fotografías. Casi cubre los molinos. Las azudas han desaparecido engullidas por la corriente. Los patos juegan y se dejan arrastrar hasta que tienen que saltar porque viene un desnivel o un tronco atravesado. Es la vida en estado puro. La fuerza de la naturaleza expresada en la conjunción cielo-tierra coordinadas. Y así y con todo los pantanos aún no están completos. Pero el alivio ha sido agua bendita.

Esperemos no tener que volver a ver ahora la espuma blanca de la muerte, el alpechín de las balsas, la sosa cáustica que todo lo mata. Permaneceremos vigilantes. Cada vez están más penados, como debe ser, los delitos contra el medio ambiente. Queremos nuestro río entero. Llevando agua al Guadalquivir y recibiéndola de sus afluentes. Si todo sigue así probablemente este verano, con las aguas quietas y los puentes de ruedas de molinos más bonitos del mundo, volveremos a ver cómo mana agua cristalina y limpia de las fuentes del parque de Oromana.

Periodista del diario ABC desde 1989. Alumno becado por el Foreign Office en Londres, fue profesor de Opinión Pública en el Instituto Europeo de Estudios Superiores de Madrid

Deja un comentario