Siento el miedo de los que tienen miedo. La incertidumbre por lo que va a venir después del verano. Ese otoño donde basta que se caiga una letra para convertir los Erte en Ere y dejar a muchos en la estacada. Como poco nuestra economía ha sido sacudida por una bofetada superior al 30%. Baja la recaudación. Bajarán los servicios sociales, las ayudas a los que más las necesitan. La Educación y la Sanidad se verán resentidas porque los que estando obligados a limpiar la morralla inútil de una administración también inútil, se preocupan más de colocar a los suyos que de echar a los que no aportan nada.

Y de repente aparece el conseguidor. El que reparte las limosnas y las dádivas. Y a los que son conscientes de que el dinero público sí tiene dueño y hay que mirar por él con más cautela que si fuera nuestro, les llaman los frugales. Me gustaría que los contribuyentes europeos supieran en qué nos gastamos sus impuestos cuando lleguen a Alcalá. El criticado primer ministro holandés viaja en bici, no tiene escoltas ni un avión para ir a conciertos ni bodas de sus cuñados. Le sobran la mitad de los ministros de Sánchez y viaja en un coche de segunda mano. Aquí el socialismo se entiende de otra manera. Por eso no se fían de nosotros. Sobradas muestras hemos dado de despilfarro a manos llenas. De Gürtell y de Ere y por si fuera poco ahora aparece el Campechano con la sospecha de un complejo de no querer pasar la gorra como hubiera de hacer su padre. Pienso en los niños que este año se han quedado sin vacaciones o se han reducido a un día de ida y vuelta a la playa. Este virus es una enfermedad que nos da de lleno cuando más bajas estaban nuestras defensas. Que se vaya ya por Dios.

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Periodista del diario ABC desde 1989. Alumno becado por el Foreign Office en Londres, fue profesor de Opinión Pública en el Instituto Europeo de Estudios Superiores de Madrid

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