La consideración exagerada, el decoro, o las normas básicas de educación han sido en algunas ocasiones para los que no fumamos un arma de doble filo. Por un lado, la cortesía social es siempre bienvenida, pero por el otro, convertirnos la mayor parte de nuestra vida adulta en fumadores pasivos durante nuestro ocio solo ha perjudicado a nuestra salud, a la vez que ha sido ejemplo, muy negativo, para nuestros jóvenes que han llegado a normalizar la existencia del tabaco en lugares distendidos.
Por fin, el Gobierno de turno ha sido lo suficientemente valiente para anteponer la salud a la recaudación de impuestos. Por fin, el temor a la oposición absoluta a la norma por parte de la hostelería ha sido derrotado por un bien común mucho mayor: la salud pública.
La aprobación del anteproyecto de ley que prohíbe fumar cigarrillos convencionales y electrónicos en terrazas, parques, piscinas o campus universitarios, entre otros espacios públicos, es ya un hito en la batalla de organizaciones como NoFumadores.Org. Se trata de un paso histórico para la desnormalización del tabaco y una medida largamente demandada por la sociedad civil.
Ojos que no ven, pulmón que respira. En el 70% de los casos de personas que desean dejar este vicio tan nocivo, el dejar de estar expuesto al mismo asegura éxito en la desintoxicación. Cabe recordar que datos de Sanidad revelan que 140 personas mueren cada día en España por causas relacionadas con el tabaco, lo que se traduce en 50.000 víctimas anuales. El 30% de los cánceres tienen que ver con el consumo de las sustancias del tabaco. Es decir, la carga de la norma es aplastante.
Cuando vemos películas de los años 70 y 80 en las que los pilotos fumaban en pleno vuelo, o los médicos atendían a sus pacientes en una nube de humo, nos parecen escenas del pleistoceno. Seguro que, en unos años, fumar en veladores y terrazas se conjugará únicamente en pretérito perfecto simple.
No podemos condenar a las generaciones venideras, ofreciéndoles tabaco, en cualquiera de sus formas y sabores, como parte del attrezzo del ritual de hacerse mayor. No es justo. Nuestros padres y abuelos que lucharon por la libertad y democracia tomaron los pitillos y sucedáneos como fieles aliados, pero entonces, no se conocía la gravedad de las consecuencias de su consumo. Ahora ya no hay excusas. Miremos a Reino Unido. Aquellos jóvenes que nacieron a partir de 2009, jamás podrán adquirir esta sustancia de forma legal en ningún rincón británico.