Y encima esto. Apenas estábamos viendo la luz al final del negro túnel de la crisis de 2008 y zasca, el coronavirus de las narices. Muchos comercios en Alcalá no volverán a abrir. A ver quién es el autónomo guapo que aguanta seis meses con un alquiler, todos los pagos sin dejar de llegar y ni una sola factura para cobrar. Se resentirán los pequeños y medianos empresarios, la malla que forma el tejido social y productivo de este país envidioso de las grandes industrias y compañías, que ven un enemigo en vez de un aliado que arriesga su capital y su patrimonio para producir bienes y servicios. Habrá bares y tiendas vacías que con la calculadora en la mano las cuentas no les salen. Ninguna esperanza de poder reemprender nada ilusionante. De retomar la iniciativa y poder ser dueño de tu propio destino, de creer en ti mismo.

Entonces, el estado benefactor, el que te mete todos los días las manos en el bolsillo, desde que compras una barra de pan hasta cuando enciendes la luz, el mismo que no supo afrontar una crisis de envergadura como la del Covid19 y dejó en la estacada a muchos que murieron sin tocarles la hora ni por asomo, te dorará la píldora con la paguita. La limosna asistencial para anular conciencias. El regalo del generoso que parte y reparte un dinero que no es suyo. El voto cautivo. El método del que se cree más justo por darte un pez y no enseñarte a usar la caña. ¿Pero está usted en contra del ingreso mínimo vital? No, por supuesto. Pero ojo con la utilización partidista del mismo. Con los controles para que esto no sea un coladero fácil y acabe en manos de los que no lo necesitan y han hecho más bien nada por merecerlo.

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Periodista del diario ABC desde 1989. Alumno becado por el Foreign Office en Londres, fue profesor de Opinión Pública en el Instituto Europeo de Estudios Superiores de Madrid

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