Hemos vivido siglos creyendo que, cuando te dolían los riñones, era porque estaban enfermos; o que, cuando tenías placas blancas en la garganta con fiebre, era necesario que tu médico te recetara antibióticos para tu amigdalitis. Hemos vivido creyendo, y todavía seguimos convencidos, de que nuestro cuerpo es como una casa con muchas habitaciones sin puertas de interconexión entre ellas… que, si se ensucian unas, quedan limpias las demás.
También hemos creído que todos los fármacos están protegidos por controles oficiales que evitan lo que llaman sus prospectos «reacciones adversas» y, por tanto, estamos asegurados frente a ellas.
Consecuentemente con este «compartimento estanco» de nuestro cuerpo, hemos buscado al oftalmólogo cuando veíamos turbio o al dentista cuando nos dolían las muelas, seguros de que eran médicos de todo el cuerpo.
Pero he aquí que la ciencia, la auténtica Ciencia, avanza… y descubre que estábamos equivocados:
Nuestro cuerpo actúa como un todo y nunca actúa músculo a músculo, ni órgano a órgano: cuando te has herido el dedo meñique del pie, todo el cuerpo está afectado. Pero también está científicamente demostrado que el propio cuerpo sabe diagnosticar y poner remedios. Recursos que tú has experimentado: cuando tienes un picor y te rascas, es que tu cerebro, tu sabia naturaleza humana, sabe que al rascarte se eleva el nivel de sangre, que es la que tiene que enviar los remedios correspondientes: nuestros antiinflamatorios naturales, o más linfocitos si hay infección externa del ambiente, o el deseo de descansar porque es el remedio previo… Piensa y descubre que es tan sabio que ha «diagnosticado», «tratado» y «curado»… naturalmente.
Al hilo de esta sapiencia, J. L. Frandin construyó una nueva hipótesis: que la persona siempre «escogería» y desearía aquellos alimentos «que necesitaba» su cuerpo ante un grupo de platos variados. Ya después del año 2000, con medios más científicos, el gran bromatólogo Gregorio Varela demostró esta novedosa hipótesis científicamente.
Por todo lo cual, creo que, ya creyentes en nuestro propio cerebro… no nos debemos precipitar con medicamentos, ni con especialistas, ni con horas de espera en las salas del servicio de urgencias del hospital.
Piensa también que los medicamentos hacen más daño que beneficio… (por eso antes se les llamaba «drogas»). Hoy, la población en general está intoxicada de medicamentos innecesarios, como ha demostrado el gran farmacólogo internacional Joan Laporte (2025), quien, en su excepcional obra, solo salva unos doscientos fármacos útiles, y hay más de catorce mil aprobados en el «mercado farmacéutico».
La farmacia es una noble institución que nació para servir a la población cuidando su salud, desde sus industrias hasta sus oficinas o boticas en todos los pueblos, pero se ha convertido en un gran mercado productor fundamentalmente de dólares y no de salud… salvo dignísimas excepciones.
Por eso necesita una transformación desde sus raíces profundas… como otras muchas instituciones del Estado (Universidad, Justicia, Medios de Comunicación, Parlamento, Jefatura del Estado, Radiotelevisión, redes sociales… y quizás también la propia Constitución).
Acaso lo que más falta es una educación pública de la población, para que así dejara de estar manipulada la ciudadanía con la publicidad engañosa sobre alimentos, falsos medicamentos, cremas, vitaminas inútiles, crecepelos, acupuntura, electroestimulantes y detrás de ellos todo el poder del gran mercado del dinero sin control.
Mientras tanto, queridos lectores, viviremos sin pastillas hasta que realmente las necesitemos alguna vez de verdad.


