Durante décadas, nadie en la familia de Antonio y Julio Serrano Hidalgo sabía qué había ocurrido realmente con ellos. Maica González, vecina de Alcalá y sobrina nieta de los hermanos, siempre había escuchado que tuvo unos tíos que habían muerto en Alemania, pero el silencio, la represión y el miedo, hicieron que nunca entraran en detalle y buscaran qué fue lo que realmente les pasó. Tras atar cabos, la alcalareña comenzó una investigación que la llevó por archivos internacionales, logrando reconstruir con precisión el destino de estos dos jornaleros andaluces: fueron deportados al campo nazi de Mauthausen en 1941, donde murieron con pocos meses de diferencia.
La familia de Maica es de Peñaflor, un pueblo de la provincia de unos 3600 habitantes, aunque con aquellos que guardaban relación, habían salido del pueblo años atrás. En una de sus visitas a la localidad, mientras paseaba por sus calles, encontró un monolito que decía: «En memoria y homenaje de Peñaflor a sus hijos héroes de Mauthausen-Gusen». En él aparecían escritos los nombres de sus tíos, Antonio y Julio Serrano Hidalgo, acompañados por la fecha y el lugar de su muerte: 1941, Gusen. Aquello fue el empujón definitivo que hizo que la alcalareña comenzase a investigar la verdad sobre la muerte de sus tíos.
El suyo fue un caso más entre los más de 9300 españoles deportados a los campos de concentración nazis, pero también uno de los miles que el régimen franquista ocultó durante décadas.
La investigación
Tras solicitar documentación a Alemania y Francia, y buscar en páginas web como Todoslosnombres o Deportados.es, Maica comenzó a hacer un eje cronológico con los acontecimientos. También solicitó esta documentación a España, pero no tenían nada, algo que la alcalareña consideraba «buenas noticias», ya que significaba que nunca habían estado arrestados ni nada por el estilo.
Los hermanos Serrano Hidalgo eran campesinos «comprometidos con la lucha obrera». Estaban afiliados a la UGT, lo que en Peñaflor era entonces la Federación Española de Trabajadores de la Tierra (FETT).
Dos meses después de la boda de Antonio con Isabel García, se produjo el golpe de Estado de julio de 1936, algo que cambiaría por completo la vida tranquila que tenían en la localidad sevillana. Antonio y Julio se alistaron en las filas republicanas y combatieron en distintos frentes hasta la caída del frente del Ebro.
En febrero de 1939, junto a miles de soldados y civiles, cruzaron a pie los Pirineos y llegaron a Francia. Allí no fueron recibidos como refugiados, sino como «revolucionarios peligrosos» por lo que todos ellos fueron internados en distintos campos de concentración del país. A los hermanos les tocó el de Barcarès. Allí permanecieron cuatro meses en condiciones muy duras hasta que se incorporaron a la Compañía de Trabajadores Extranjeros (CTE) del ejército francés. Esta unidad, compuesta mayoritariamente por republicanos españoles, se dedicaba a tareas de fortificación y construcción cerca de la frontera con Alemania. Gracias a esto pudieron vivir bajo una cierta normalidad, y Antonio se comunicaba por cartas con su amada, contándole la situación.
Invasión alemana
En mayo de 1940, la Alemania nazi invadió Francia. Tras la rendición, se hizo prisioneros a los militares franceses y se los recluyó en campos de la Francia ocupada. Los españoles que trabajaban en las compañías militares fueron igualmente detenidos junto a ellos e internados como prisioneros de guerra. En un primer momento, todos pudieron acogerse a los acuerdos internacionales que regulaban el tratamiento de prisioneros.
Antonio pudo comunicarle a Isabel en una carta escrita en francés (para que no la abrieran o la rompieran), que eran prisioneros de guerra y que no le escribiera hasta saber su nueva localización, ya que sería «inútil». Esta fue la última vez que los familiares recibieron noticias de los hermanos. La situación cambió radicalmente a comienzos de 1941, cuando el régimen franquista pactó con Hitler la deportación de los prisioneros republicanos. Los agentes de la Gestapo identificaron a los españoles y los separaron del resto. Maica cuenta que le preguntaron a Franco qué hacían con los prisioneros españoles, a lo que respondió que no se trataba de españoles, sino de «rojos».
Campos de exterminio
El 25 de enero de 1941, Antonio y Julio fueron llevados a los campos de concentración y exterminio del Tercer Reich, una trágica experiencia que compartirían con cerca de diez mil españoles. El duro viaje hacia el terrible destino de Mauthausen duró dos días. Iban en vagones de mercancías, sin comida ni agua. Allí recibieron sus números de prisionero: Antonio el 6555, Julio el 6556. Permanecieron juntos durante tres meses más.
El 10 de abril, Antonio fue trasladado al subcampo de Gusen, conocido como «el matadero de Mauthausen», y el 13 de agosto fue enviado al Castillo de Hartheim, uno de los seis centros del programa nazi de eutanasia. Aunque los certificados de defunción indican que murió el 10 de septiembre, su sobrina asegura que sería gaseado «el mismo día de su llegada».
Julio permaneció más tiempo en Mauthausen, hasta que el 9 de octubre fue trasladado también a Gusen. Allí murió el 25 de diciembre de 1941 por culpa de, según recogen los documentos, una «miocarditis», aunque en la práctica esas defunciones solían ocultar fallecimientos por extenuación, hambre o violencia. Aquello significó el fin de los hermanos, aunque en Peñaflor desconocían cuál era la magnitud del asunto y cuál era su paradero.
Catorce años después
Durante años, Isabel no supo nada más. En 1955, catorce años después, decidió escribir a la Cruz Roja Internacional, solicitando información. En 1958 recibió por fin una respuesta: Antonio había muerto en un lugar llamado Gusen. Nunca supo que era un campo de exterminio. El régimen franquista, que en 1950 había recibido de Francia los certificados de defunción de miles de deportados españoles, nunca los trasladó a las familias. Con su investigación, la alcalareña Maica González ha logrado recuperar esa memoria borrada, y hacer un seguimiento de los hechos 80 años después, reconstruyendo la historia de sus familiares con el objetivo de conocer la verdad. La alcalareña no sólo ha puesto nombre a lo que ocurrió, también ha recuperado el lugar en la historia de los hermanos Serrano Hidalgo tras décadas de silencio y oscuridad.