El yacimiento arqueológico de Gandul, o al menos una parte, parece que podrá ser visitado de nuevo. Debemos felicitarnos como vecinos de Los Alcores si esta iniciativa llega a buen puerto, dado que desde hace años la zona militar del yacimiento se encuentra cerrada a cal y canto.
Una descripción de los elementos patrimoniales del lugar nos ayudará a comprender su importancia y la necesidad de protegerlo a través de la figura legal que, para simplificar, denominaremos simplemente como Parque Cultural de Los Alcores.
El yacimiento distingue dos espacios bien delimitados. Por una parte, la cornisa del alcor, al norte de la antigua línea de ferrocarriles Sevilla-Alcalá-Carmona. Se identifica en general con las necrópolis, tanto dolménicas como posteriores. Por otra parte, la Mesa de Gandul; extensión en forma de meseta que sobresale de la cornisa y se adentra como un balcón en la vega del Guadaíra. Ambas se encuentran estrechamente relacionadas pero tienen características arqueológicas distintas.
La presencia humana en Gandul y su entorno es relativamente reciente; apenas se encuentran restos anteriores al Neolítico. Este panorama se transforma completamente con la aparición de la metalurgia del cobre, periodo conocido como Calcolítico. Éste se extiende entre la segunda mitad del III milenio a.C. y principios del II. Se lo identifica como un periodo de expansión de la riqueza y de la población gracias a la explotación de las minas de Sierra Morena y el comercio de los metales de allí extraídos. Los Alcores se conformarían como un cruce de caminos entre el interior y la costa. En la Mesa los arqueólogos han encontrado vestigios de un poblado de cabañas de tamaño bastante reducido. Por el contrario, en el alcor aparecieron los dólmenes, algunos de un tamaño considerable. Se han excavado ocho pero se considera que en toda la zona se encuentran muchos más. Entre los más conocidos se encuentran la cueva del Vaquero o de los Vaqueros, el dolmen de la Casilla, el dolmen del Término y el “tholo” de las Canteras. Estas tumbas de inhumación tienen carácter colectivo y se han llegado a identificar más de cuarenta individuos en una de ellas. Aparecen dos tipos: el más sencillo consiste en un largo corredor construido con grandes lajas de piedra, mientras el más complejo le sumaba a este pasillo una gran cámara circular al fondo. La mayor parte de ellos fueron saqueados desde antiguo pero en aquellos que permanecieron más o menos intactos se han encontrado trozos de cerámica campaniforme, muy apreciada en la época, restos metálicos como una plaquita de oro con un símbolo oculado, objetos de marfil, puntas de flecha en bronce y en sílex, cuentas de collar en piedra y en hueso, herramientas de piedra, etc. Las entradas a las tumbas se orientan, con algunos matices, hacia el Este, de lo que se deduce que debía existir algún culto de tipo solar. El profesor Escacena, de la Universidad de Sevilla, ha expuesto la hipótesis de que el conjunto dolménico fuera un centro funerario cuyo ámbito de influencia abarcara toda la comarca.
Tras el esplendor la decadencia. Tras la Edad del Cobre la Edad del Bronce. Los Alcores, y todo el Suroeste peninsular, se sumieron en un periodo de rápido empobrecimiento y despoblación. El asentamiento de la Mesa de Gandul se redujo; los vestigios arqueológicos encontrados mostraban menos riqueza y el debilitamiento de toda actividad económica. El origen de esta decadencia se encontraba en una innovación tecnológica que transformó profundamente las culturas vecinas del Mediterráneo: la metalurgia del bronce. Una innovación no conlleva, de forma automática, una mejora de las condiciones de vida de todos los individuos o de todas las sociedades afectadas por la misma. El bronce, la mezcla de nueve partes de cobre y una de estaño, benefició a aquellos que disponían de este metal y provocó la aparición de nuevas rutas mercantiles, caminos que ya no pasaban por Gandul. Al desaparecer el comercio, una parte sustancial de la riqueza desapareció y los habitantes de la comarca se centraron en las actividades tradicionales de la agricultura y la ganadería, junto a la elaboración de telas. Las costumbres funerarias también se vieron afectadas. En esta época, las inhumaciones se simplificaron; los cuerpos se enterraban en tumbas individuales, excavadas en la tierra y recubiertas con lajas de piedra. Se situaban cerca de los dólmenes, horadando los túmulos, o montículos artificiales de tierra, que cubrían a éstos.
Mientras Gandul decaía, en el cerro del castillo de Alcalá se erigió el primer poblado fortificado. Entre los siglos XVIII y XVI a.C., aparece un bastión con el objeto de defender un paso estratégico del Guadaíra. Su existencia fue breve dado que, alrededor de 1500 a.C. se atestigua arqueológicamente su destrucción violenta.
Con el transcurso de la segunda mitad del II milenio a.C., se produce una lenta recuperación de la población y la actividad económica de la Baja Andalucía. Entre 1300 y 1100 a.C., periodo conocido como Bronce Tardío, el comercio de metales renace. Aunque el Suroeste peninsular carece de minas de estaño, sí se configura como una escala fundamental entre su origen, el Noroeste peninsular y las islas Británicas, y su destino, las civilizaciones del Próximo Oriente asiático: Egipto, Mesopotamia, Anatolia, etc.
Durante el final del II milenio y principios del I, el poblado de la Mesa de Gandul se transforma profundamente; alrededor el siglo IX a.C. se construye una muralla con tres torres cónicas a modo bastiones para reforzarla. El cerro conocido como el Toruño se considera como el más importantes de estos bastiones y posiblemente protegía la puerta de entrada a la población. Estas edificaciones defensivas coinciden cronológicamente con una construcción similar en lo que, con el tiempo, se conocerá como la Puerta de Sevilla en Carmona. Este periodo de prosperidad permite acumular riqueza que tiene que ser protegida mediante la edificación de las primeras fortificaciones.
Causa o consecuencia del crecimiento de la población, del auge del comercio, del incremento de la artesanía y de la riqueza en general es la aparición de los mercaderes fenicios y griegos. Su presencia, antes esporádica, se vuelve continua y la influencia de lo oriental va calando en los formas de vida y en las manifestaciones culturales de los habitantes de Los Alcores. Nos adentramos en un periodo nuevo, conocido como periodo orientalizante, aunque también tiene otra denominación que navega entre la verdad histórica y lo legendario: Tartessos.
Sobre el año 700 a.C. se fundan las primeras colonias fenicias en el sur de la Península. Una de ellas, Cádiz, va a jugar un papel determinante a partir de entonces. El objetivo de las mismas consiste en obtener metales como el cobre, la plata y el estaño a cambio de mercaderías de lujo y bienes exóticos procedentes del Oriente. Los dos primeros están disponible en forma de ricas minas, el tercero aparece en el Bajo Guadalquivir gracias a las rutas comerciales marítimas y terrestres que lo trae del Norte.
Este periodo abarca poco más de dos siglos, del 700 al 500 a.C., pero en ellos se desarrolló en Los Alcores una cultura muy avanzada que nos dejaría elementos patrimoniales de los más notables de nuestra Historia. Las novedades que encontramos son muy importantes: aparece el cultivo de la vida y el olivo; se adopta el uso del torno alfarero; se desarrolla de la metalurgia y aparece el urbanismo.
El aumento de la población se refleja, como se ha visto, en el expansión de la ciudad en la Mesa de Gandul, donde aparecen por primera vez vestigios de planeamiento urbano, pero también en la proliferación de asentamientos por todo Los Alcores, tales como en La Tablada, Alcaudete, El Acebuchal, Carmona, etc. Las necrópolis sufren un cambio sustancial pasando progresivamente de enterramientos colectivos por inhumación a individuales de cremación. No cabe duda que este cambio del paradigma religioso viene dado por la influencia de los comerciantes orientales. Las tumbas más notables se encuentran en el lugar conocido como Bencarrón, entre los términos municipales de Alcalá y Mairena. Se han excavado unas veinte y en los ajuares funerarios asociadas a las misma se localizan numerosos objetos de lujo tales como marfiles, huevos de avestruz, cerámica de origen oriental, fíbulas, broches, braseros de bronce, etc.
Entre los elementos patrimoniales más destacados de este periodo se encuentran dos de especial relevancia: los marfiles de Bencarrón y la Pátera de Gandul. El primero lo forman un conjunto de plaquitas de marfil decoradas con figuras de las mitológicas orientales, tales como guerreros luchando contra grifos o leones, peleas de animales, etc. Parece que conformaban la decoración de una caja de madera hoy perdida. El segundo consiste en una gran bandeja ovalada de naturaleza ceremonial, con un dibujo que representa un estanque en el que nadan peces rodeados de plantas y animales míticos tales como esfinges y leones alados; todo ello enmarcado por una forma vegetal que se asocia con el “árbol de la vida”. Este objeto comparte el estilo y los formas que aparecen en los marfiles, junto a su cronología, alrededor del siglo VII a.C., y supone una clara influencia de la religión y arte del Próximo Oriente asiático.
Con Tartessos, el Suroeste peninsular queda conectado con las grandes civilizaciones del Mediterráneo. Su esplendor y riqueza se deben sustancialmente a esta ligazón pero también provocará su ruina. A finales del siglo VI a.C. se inicia su decadencia motivada, entre otras causas, por una nueva innovación tecnológica: la metalurgia del hierro. De nuevo un avance civilizatorio no significa que todos se beneficien de él. El cobre pierde importancia y su comercio se reduce. A esto se suma que las minas cupríferas dejan de ser explotables con las técnicas del momento, demasiado primitivas para excavar a partir de cierta profundidad. Por otra parte, en el Mediterráneo occidental aparecen dos potencias político-militares que van a competir por el dominio de las tierras y las riquezas de los pueblos que se asoman a este mar: Cartago y Roma. La primera nació como una colonia de la ciudad fenicia de Tiro pero, sometida ésta por el imperio babilonio en el 574 a.C., se liberó de su tutela. Cartago abandonó el papel de intermediario mercantil e inició un control directo de los territorios con los que comerciaba. Ahora serían ellos los que explotasen directamente las riquezas del Sur peninsular. Tartessos, sin la riqueza del comercio, empezó a languidecer y su cultura se fue desdibujando. Un ejemplo lo encontramos en Gandul, donde de nuevo se reduce la población. En la vecina Carmona se atestiguan incendios, señal de hechos violentos; en otros lugares se refuerzan las murallas.
Tartessos abandona discretamente el escenario de la Historia y en su lugar aparecen los turdetanos. Tal denominación aparece en los textos de los autores grecorromanos y designa genéricamente a los habitantes del valle del Guadalquivir. El poblado de la Mesa de Gandul refuerza sus muros y aparece un nuevo tipo de vivienda, pasamos de las circulares de una sola habitación o las rectangulares con varias. La riqueza se obtiene del comercio de trigo y del aceite; de la ganadería de la oveja, el cerdo y la vaca; y, en general, de un mejor aprovechamiento de la tierra. La explotaciones agropecuarias de multiplican y se dispersan por las vegas del Guadaíra y del Guadairilla. Las excavaciones muestran que la abundancia cerámica cartaginesa, como ánforas para transportar aceite.
Gandul, Los Alcores y el Sur peninsular bien atados al devenir del imperio cartaginés se verán abocados a la guerra. Las dos potencias dominantes, Roma y Cartago, terminan por enfrentarse por la supremacía; las Guerras Púnicas. Este conflicto se alargó durante más de un siglo en tres periodos bélicos, siendo el segundo, 219-202 a.C., el que afectó decisivamente a Los Alcores. Es bien conocida la hazaña de Aníbal de cruzar los Alpes con elefantes pero hasta llegar a esta gesta militar fueron necesarios largos y costosos preparativos. El hallazgo de monedas cartaginesas coincidentes con la Segunda Guerra Púnica ha llevado algunos historiadores a sugerir la existencia un campamento militar en la zona de Gandul o, al menos, una ceca que acuñara moneda de plata con la que pagar a los mercenarios contratados por Cartago.
La audacia de Aníbal de atacar a Roma en su corazón fue contrarrestada con otra menos espectacular pero más efectiva; el desembarco del general romano Escipión en la Península y la derrota de los cartagineses y sus aliados locales. En el 206 a.C., la victoria romana en la batalla de Ilipa decantó la balanza a favor de Escipión y supuso el final del dominio púnico de la Península. Uno de los primeros vestigios arqueológicos de este cambio de poder dominante consistió en la aparición, en la Torre Mocha del castillo de Alcalá, de un puesto militar aunque al parecer de poca envergadura.
En los siguientes dos siglos, se producirá una transformación de las comunidades turdetanas en poblaciones romanizadas. En el caso de Gandul el cambio es muy importante. La pequeña ciudad amurallada se transmuta en una urbe dotada de edificios monumentales, construidos con sillares de piedra y decorados con mármoles. Existen indicios de la existencia de un teatro y tal vez un anfiteatro. Los suelos se pavimentan con opus signinum y los cimientos de las edificaciones con opus caementicium. La cerámica que aparece es la característica terra sigillata gálica e hispánica. Como todas las ciudades romanas, se le dota de agua potable mediante la excavación de galerías subterráneas que canalizan las surgencias naturales que existen en la zona; en una de estas fuentes aún mana agua. Las costumbres funerarias se adecúan a la nueva cultura; la incineración se convierte en la norma. Las necrópolis se sitúan lugares de paso o a lo largo de las vías de comunicación principales. Es el caso del Mausoleo circular que hoy en día se puede observar. Esta tumba tiene un carácter familiar y en su interior se talló un columbario semienterrado en la roca. En estos nichos se colocaban urnas cinerarias y algunas ofrendas. La reconstrucción en forma de torre se basa en el estudio del periodo en el que se fecha, siglo I d.C., y los paralelismo con otros restos arqueológicos de Itálica. También existían tumbas más humildes, simples huecos excavados en la tierra y cubiertos dos tejas o tégulas a modo de cubierta a dos aguas.
Queda pendiente el nombre de esta ciudad. Tradicionalmente, se consideraba que existían pruebas indirectas para dos denominaciones: Hienipa y Lucurgentum. Hoy en día, nuevas investigaciones se inclinan por una tercera: Irippo.
La época imperial puede considerarse como la más importante de Gandul por el desarrollo urbano que se vivió y la prosperidad que se desprende de los numerosos restos encontrados. Pero tras alcanzar su culmen se inicia la decadencia que llevará a su práctica desaparición. A partir del siglo III d.C., con el llamado Bajo Imperio la ciudad, al igual que el resto de Roma, inicia una decadencia. Las ciudades menguan en población y actividad económica y los problemas no dejan de crecer. Por el contrario, proliferan las grandes explotaciones agrarias o “villas” en la vega del Guadaíra. La crisis culmina con la desaparición de la ciudad en la Mesa de Gandul. Este espacio, que había sido ocupado continuamente desde el Calcolítico queda vacío durante siglos. Los arqueólogos no han encontrado restos de época visigoda ni del periodo islámico en la Mesa ni en la zona de las necrópolis. La vida se desplaza a las vegas de los ríos cercanos, primero en forma de “villas” romanas para transformarse posteriormente en alquerías andalusíes.
Con la ocupación del valle de Guadalquivir por parte de las huestes de Fernando III, en el siglo XIII, Gandul renacerá convertido en un señorío nobiliario, junto al castillo de Marchenilla. La primera construcción de importancia será la torre conocida por los lugareños como “el castillo”. La misma formaba parte de la red de atalayas que vigilaban la “banda morisca”, la violenta frontera entre el reino de Granada y el de Castilla. Neutralizado en la segunda mitad del siglo XIV el riesgo de una nueva invasión islámica, la villa de Gandul va sumando población y adquiere renombre por la calidad de su pan, que se menciona en crónicas y relatos como “Rinconete y Cortadillo” de Miguel de Cervantes. Se edifica la parroquia de San Juan Evangelista de estilo mudéjar y para inicios del siglo XVII el palacio de los señores de Gandul, de estilo protobarroco. La pequeña villa tiene una existencia relativamente breve y su despoblación llevará, en 1824, a la desaparición como municipio independiente y su agregación al término municipal de Alcalá de Guadaíra.
Con lo descrito en el presente artículo se pone de manifiesto la riqueza que un solo rincón de Los Alcores atesora. Multipliquemos este patrimonio por cada uno de los yacimientos situados en la comarca y obtendremos una cifra más que notable. Por ello, parece más que obvio la necesidad su protección mediante un Parque Cultural.