La novedad de este verano es que se parece a los antiguos. Como muy lejos iremos en el coche familiar a refrescarnos a las costas cercanas. Nada de viajes enlatados en aviones ni destinos transfronterizos. Los más osados quizás suban al norte, a lugares menos saturados en entornos naturales. Otros volverán al pueblo de sus ancestros, a la casa madre, al resguardo de sus gruesos muros y los patios emparrados. Algunos nos quedaremos por aquí, con alguna escapada puntual que haga llevadera la hora atroz de la flagrante canícula.

En otro tiempo venían a veranear a la Costa del Guadaíra las clases acomodadas de Sevilla que acabaron colonizando el cerro de Calderón Ponce con villas de recreo ¿Cabría la posibilidad de irse de vacaciones a tu ciudad? No hablemos de hacer turismo ¿Podemos viajar a nuestro pueblo? ¿Podríamos imaginar que es un lugar distinto al que vivimos habitualmente? ¿Qué recomendaría una hipotética Lonely Planet de Alcalá? Lo más probable es que nos invite a dar un paseo matinal por el río buscando el frescor de la ribera, una ruta cómoda para la mayoría desde La Aceña al Realeje. Los más aventureros tendrían la posibilidad de hacerla en kayaks, en un espectacular tramo navegable desde El Algarrobo hasta el Adufe. Después sugeriría un frugal almuerzo en un bar (€) de Santa Lucía antes de pasar la tarde en la única Piscina Municipal (€) en un marco incomparable; o bien, hacerlo en la del Hotel Oromana (€€€) y sestear a la sombra de los pinos. Al caer la tarde, bajaríamos al Centro a comernos un cartucho de pescaíto frito en el Nuevo Casino (€€) de la Plaza Cervantes, y con el último buche, enfilaríamos La Cañá para subir al Águila por La Cuesta y ver a Javier Barón romper la noche en el patio del Castillo. Para terminar, volver por San Miguel y asomarse a saludar al gran Jacinto en El Arrabal, donde tomar la última copa en su terraza (€) rodeado de buena gente y compás.

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