Quienes tengan cierta edad recordarán aquella famosa serie de televisión, Raíces, inspirada a su vez por el libro de Alex Haley. En su momento formó parte del proceso de empoderamiento de la comunidad afroamericana, y para ello no dudó en exponer crudamente la sistemática opresión y discriminación de los negros en aquel país. Porque el «pasado» suele reposar en mitos que resultan de silenciar a minorías vencidas y machacadas.
Por todo ello, resulta paradójico que, en un país como el nuestro, en el que hasta anteayer andábamos tirando a gente en cunetas –y ahí siguen, por cierto–, surjan iniciativas referidas a unas supuestas «raíces».
Escarbando un poco, se esconde detrás una mera mercantilización del pasado a fin de convertirnos en un «producto turístico». Resumiendo, nos inventamos unas «raíces» vistosas y políticamente correctas y las vendemos en este mercado global en el que intentamos ocupar un modesto puesto en el ramo del entretenimiento.
En 1906, Antonio Fillol reflejaba en su cuadro El sátiro la violación en Valencia de una niña y la posterior rueda de reconocimiento de los sospechosos. El cuadro fue retirado por «ofensor de la decencia» por una sociedad que prefería pensar en glorias colonialistas antes que en la miseria de buena parte de su población.
Igual esas son nuestras auténticas raíces, en estas tristes épocas de «manadas» y persecución de las víctimas, y no tanto moro y tanto romano.