El Museo de la Ciudad abre el VIII Ciclo de Autores Alcalareños con una exposición dedicada a Antonio Martín Bermudo ‘Campitos’, figura clave de la segunda generación de la Escuela de Alcalá. La muestra ofrece una amplia panorámica de su obra —cerámica, bodegones, paisajes y retablos— y puede visitarse en la planta alta hasta el 2 de noviembre. La inauguración contó con la alcaldesa, Ana Isabel Jiménez, y el delegado de Cultura, Patrimonio y Museos, Christopher Rivas, junto a miembros del Gobierno y la Corporación Municipal, familiares y amigos del artista, con la participación del Grupo de Cámara de la Banda de Música de Alcalá. En palabras de la regidora: «Recreó Alcalá como pocos y esta exposición es un acto de justicia con una figura clave en la historia de Alcalá». Para Rivas, «su obra forma parte del alma de Alcalá, de los espacios públicos y de la memoria de tantas familias alcalareñas».
La exposición propone, como en el catálogo, un recorrido en tres etapas: formación e inicios pictóricos; plenitud como ceramista y decorador; y madurez tras su jubilación, cuando regresa al caballete y al paisaje. Ese trayecto culmina en «un epílogo que se corresponde con su jubilación en los talleres en 1956, su longeva madurez pictórica y su vuelta a los orígenes, a los caballetes y, en especial, a los paisajes», una arcadia «como un “tiempo sin recato y sin reloj”… ese tiempo sin tiempo, circular, soñado».
Formación e inicios (1891–1926)
«Nací el año 1891, de familia muy modesta. A los 12 o 13 años empecé a sentir la afición a la pintura […] por lo que mi inclinación fue siempre el paisaje, y mis ídolos Sánchez Perrier, Pinelo y otros». El propio “Campitos” fija así su vocación, fraguada en la ribera del Guadaíra y en el ambiente creativo de una Alcalá que Juan Fernández Lacomba comparó con un «Barbizon sevillano». En ese contexto, el joven Antonio observa de primera mano a varias generaciones de paisajistas que visitan o se instalan en la localidad y dejan un poso estético duradero.
A los 16 años ingresa en la Escuela de Artes y Oficios y, después, en la de Bellas Artes de Sevilla, donde cursa Dibujo, Colorido, Paisaje y Perspectiva con maestros como González Santos, Gonzalo Bilbao o Gómez Gil. Entre 1909 y 1922 participa con regularidad en las exposiciones del Centro/Sección de Bellas Artes del Ateneo de Sevilla —debut con Efecto de sol (1909), seguido por Paisaje y Puesta de sol (1910)— y en 1922 forma parte de la comisión organizadora de la primera «Exposición de Pinturas» de Alcalá de Guadaíra.
En estos años define un lenguaje de observación directa, formatos contenidos y dibujo limpio, con una paleta que transita de los grises a los ocres. Probablemente su primera obra conocida sea Molino de San Juan en el Guadaíra (1907), óleo sobre tabla de verticalidad acusada y organización por planos —tarajes, fábrica y reflejos, pinar y cielo velado—, sin figura humana y con una serenidad que anticipa rasgos de su producción posterior.
Arte en la cerámica (1919–1956)
La necesidad de estabilidad económica lo conduce a la cerámica artística en Triana. Se forma junto a José Recio del Rivero —discípulo de Rodríguez y Pérez de Tudela—, que lo introduce en el diseño ornamental de raíz renacentista con guiños modernistas y art déco, y lo incorpora a talleres de primera línea como Mensaque y Vera. Más tarde trabaja en la Fábrica de Santa Ana con Sebastián Ruiz Jurado y Antonio Kiernam y, posteriormente, en González Hermanos, firma vinculada a Aníbal González, en plena efervescencia regionalista y al calor de la Exposición Iberoamericana de 1929.
Su destreza como dibujante y proyectista lo lleva a intervenir en conjuntos señeros de Sevilla como la Plaza de América y la Plaza de España. En paralelo, deja obra cerámica de amplio registro: zócalos domésticos, rótulos comerciales y, sobre todo, retablos devocionales. Entre los ejemplos documentados figuran el frontal del altar sacramental de la capilla de Jesús Nazareno (iglesia de Santiago, Alcalá, 1916); un gran zócalo alegórico en un inmueble de la calle El Silencio (Sevilla, 1919); un panel quijotesco (2,24 × 1,68 m) en el Hospital de la Santa Resurrección de Utrera (1919); y la monumental serie del Quijote en la fuente y los bancos de la Plaza Alta de Algeciras (1930).
Durante la Guerra Civil se traslada a Madrid, donde pinta imágenes religiosas y monta un taller en Vallecas. En 1939 regresa a Sevilla y funda Cerámica Artística Campos (calle Gonzalo Segovia, 10; junto a Plaza de Cuba). El auge constructivo de Los Remedios lo fuerza en 1952 a trasladarse al Patrocinio (Triana), donde consolida su sello en azulejo plano y cuerda seca hasta ser considerado por especialistas como uno de los ceramistas más relevantes en esa modalidad en la Sevilla del siglo XX. A su mano se atribuye una extensa constelación de retablos: Virgen de Consolación (Utrera), Virgen del Águila (santuario de Alcalá), San Sebastián (parroquia homónima, Alcalá) o Jesús Nazareno en el pilar del antiguo viaducto del «tren de los panaderos», entre otros.
Vuelta a los orígenes y madurez pictórica (1956–1981)
En 1956, por problemas de visión, deja el taller en manos de sus hijos y vuelve a Alcalá, a la casa de la calle San Miguel, 13: «ese rincón delicioso […] donde soy feliz contemplando el bello panorama desde mis terrazas». Desde allí retoma los caminos de Oromana y regresa al paisaje del Guadaíra con una mirada que combina emoción presente y memoria. Trabaja del natural y, desde los años setenta, se apoya también en la fotografía para fijar encuadres, luz y hora en el reverso, que luego traslada al lienzo.
Lejos de estancarse, su pintura se depura. En Paisaje del Guadaíra (años sesenta) enhebra dibujo, luz y color con una composición triangular —piedras, cauce y monte hacia San Roque— que respira calma. A la vez, su obra se convierte en testimonio de las transformaciones locales: Ruinas de la fábrica de harinas de La Portilla (1958) documenta el derribo de un icono industrial con una atmósfera crepuscular de amarillos.
En su tramo final, las cataratas y la muerte de su esposa lo apartan temporalmente de los pinceles, pero el aliento de los jóvenes del grupo Retama —José Recacha, Juan José del Rosario, Luis Romera, Enrique Blanco, entre otros— lo devuelve al caballete y ensarta el relevo generacional del paisajismo alcalareño. Fallece en septiembre de 1981, en su ciudad natal. En 1992, el Ayuntamiento le dedica una exposición homenaje con motivo del centenario de su nacimiento. La muestra actual recupera esa memoria y confirma a “Campitos” como diseñador cerámico de referencia y como paisajista que supo «atrapar el tiempo» desde los márgenes: el lugar, en definitiva, «desde el que pintan los poetas».