Estamos encerrados, confinados, sin poder salir por culpa del coronavirus. Un situación totalmente anómala, única para cada uno que la está viviendo, y que ocasiona sentimientos contradictorios. Por una parte positivos, la sensación de que por fin vamos a tener tiempo de estar en casa, arreglar los cajones, leer esos libros que no pudimos, gastar la comida congelada, o jugar sin fin; pero también tenemos sensaciones negativas, cuando pensamos en cómo lo estarán viviendo los más vulnerables, quien tiene muchos menores, quien no tiene espacio, o techo o comida; y no queremos ni pensar en cuanto va a durar, ni como estaremos cuando esto termine, ni la crisis económica que se avecina. Esta falta de poder predecir provoca una incertidumbre que puede generar ansiedad. Nos tranquilizan las noticias de que todo está controlado, que hay suficientes fondos para que nadie “se quede atrás”, ese es el mensaje, pero nos sigue quedando la incertidumbre.

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