Si algo ha venido a demostrar la ola mundial de protestas desatada tras el homicidio de George Floyd es que el racismo es un problema transcultural e histórico; y, en EEUU, además, estructural. Un legado de la esclavitud que está en las raíces misma de su constitución como Estado y que lejos de ser un capítulo del pasado, aún «pesa» como una losa sobre el presente. 

Pues bien, aunque la reacción popular era contra la violencia policial hacia los negros y el racismo institucional, lo que en nuestro país más debate ha generado ha sido la reacción iconoclasta contra las estatuas de algunos personajes históricos. Lo cual, lejos de ser algo simplemente anecdótico, es revelador de cuánto, al igual que en EEUU, también aquí el racismo está institucionalizado. Porque considerando que el espacio público ha de estar destinado al homenaje y la conmemoración de la democracia y la libertad, el derecho a reclamar derechos pasa, en ocasiones, por destruir los símbolos de la opresión y no otra cosa para los negros representan las estatuas de algunos de los primeros presidentes estadounidenses (G. Washington, T. Jefferson o Monroe) dueños de plantaciones donde la mano de obra era esclava.

Dicho esto, cuando se arremete contra un busto de Cervantes, quien no solo sufrió cautiverio en vida sino que su obra precisamente se caracteriza por su tolerancia y humanidad, se evidencia una ignorancia supina. Mas, aventuro que Cervantes le daría la razón a Adorno al decir que «hacer elocuente al sufrimiento es la condición de toda verdad» y la verdad es que ser negro en América es apostar por un proyecto vital truncado.

Porque las estatuas no son meros objetos, son espejos de lo que somos y emblemas de lo que queremos ser. Luego, tras dilucidar el valor histórico y patrimonial de dichos símbolos se precisa y urge debatir sobre si han de coadyuvar, o no, a la difusión de la cultura política democrática.

Bien es cierto me temo que, como decía Ferlosio, «los hombres cambian o querrían cambiar», pero «las instituciones permanecen perversamente idénticas». Y el racismo pervive entre nosotros en su forma nacionalcatolicista cuando blanqueamos el imperio español; o, cuando retiran, verbigracia, el busto de Abderramán III de la plaza de un pueblo porque nos recuerda nuestro pasado andalusí…, bastardo, impuro, demasiado humano.

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