No son barbas pobladas, como lo eran aquellas guedejas y luengas de la progresía de los años setenta, o la de aquellos barbudos de Sierra Maestra que entraron en La Habana el 1 de enero del 59. Más lejos aún, a años luz están de esas con que hasta la mitad del pecho pintábamos –de niños– a mendigos y pedigüeños. Y aunque, bien es verdad, el aspecto externo de las personas no determina sus preferencias ideológicas o partidistas, lo cierto es que, entonces y ahora, se pudiera explicar la confrontación izquierda/derecha por el vello facial. 

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