Páginas sobre la importancia de la música en la construcción de la identidad las hay a punta pala. Porque la música, vienen a decir los entendidos, no solo expresa las estructuras de sentimiento de una sociedad sino que, directa y cotidianamente, interviene en nuestra experiencia de lo social. Es así que a lo largo de la vida se va forjando una determinada banda sonora que, sin dejar de ser histórica, es individual como una huella dactilar. Conviene señalar incluso que antes de nacer, a los tres meses de gestación, el oído humano ya está formado. Luego, ya antes de llegar a ser un cacho de carne con ojos se empiezan a almacenar melodías en el cerebro. Y aún, a mayor abundamiento, cuando al avance del alzhéimer se hace irreversible, cuando la memoria de los nombres se deshilacha y sus propietarios no son más que restos que se confunden con «máscaras perdidas en la noche», solo la música permanece.

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