Como cuenta José Corzo Frieyro en su excelente libro sobre los cien años de los Salesianos en Alcalá, una mañana de 1908, un grupo de alumnos de la Trinidad que vinieron de excursión a Alcalá buscando el fresco del río y de los pinos, cruzó las calles del pueblo con la alegría y bullicio propios de la Casa. Acompañados por una banda de música, niños con pañoletas de colores y jóvenes salesianos sorprendieron con sus juegos y canciones a unos vecinos que se sumaban entusiasmados al desfile. Aquella alegre caravana fue la inspiración necesaria y definitiva para que una de aquellas vecinas, doña Virginia Belloc Sánchez-Cabello, se decidiera a levantar al fin el proyecto de una Fundación para niños pobres con el que había soñado siempre. La decisión de Virginia Belloc y el apoyo y el trabajo de otros alcalareños, como el doctor D. Paulino García-Donas Barrera, fueron la clave para que el vínculo entre Alcalá y los Salesianos comenzase a principios del siglo pasado.
El aguijón punzante de la congregación había inoculado, aún con reticencias de algunos vecinos y con dificultades por el escaso número de salesianos, la alegría de su carisma en un buen número de alcalareños. Desde entonces, la esencia salesiana y la voluntad y constancia de seglares asentaron las bases de una obra inconmensurable.

«Átomos de un universo que dibujan constelaciones con la silueta de Don Bosco»

Hoy nos apena a muchos la marcha de la Comunidad de Salesianos religiosos. Han sido más de cien años llenando con su presencia el ámbito de un colegio que desde el principio se desbordó más allá de los muros de sus aulas, sus patios y su capilla. Los innumerables salesianos que han pasado por Alcalá son los átomos de un universo que en la memoria común de sus habitantes dibujan constelaciones con la silueta de Don Bosco y de María Auxiliadora. Aunque algunos, como en la leyenda de Bécquer, repartieron más cintarazos que paternóster, muchos más han sido los que han esparcido a manos llenas el tesoro de su entrega alegre y ejemplar al servicio de los jóvenes. Y como nos ocurre a muchos con don Agustín, aquel frágil pero majestuoso sacerdote con sotana que cruzaba lento, a pasos diminutos, un océano de albero como un mirlo fisgando entre la tierra, deteniéndose a cada vara para tomar resuello, con el milagroso poder de detener las batallas y paralizar todas las bombas con forma de balón a su paso, cada antiguo alumno tendrá como imagen donbosquiana la de uno concreto de la innumerable lista de religiosos.

Se va la Comunidad de Salesianos, pero nos deja su esencia y la luz de una devoción a María Auxiliadora profundamente arraigada. Como hicieron aquellos primeros laicos con su decidida voluntad de levantar una obra al servicio de los niños, y como han hecho tantos alcalareños a lo largo de la historia del colegio con su disposición y trabajo generosos, los seglares de hoy y del futuro han de encargarse de seguir alimentando el antiguo vínculo de los Salesianos con nuestro pueblo. Y todos, según medida, podremos aportar para que mañana los niños de hoy vuelvan a entonar el Rendidos a tus plantas y comprender, como nosotros, que una Madre no se cansa de esperar.

Licenciado en Historia en la Universidad de Sevilla. Profesor de Lengua y Literatura, Geografía e Historia en Secundaria y Bachillerato. Lector atento de lo de aquí para llegar desde lo cercano hasta...

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