Desde hace 35 años mediados de septiembre me sabe, huele y suena a vuelta a las aulas de un instituto. Volver a ponerme al frente de un aula cada otoño me sabe a comienzo de ciclo, a inaugurar mi año, con nuevas caras, nuevos retos…a veces incluso con nuevas fuerzas.

Lo único nuevo este curso es el miedo, y ojalá no se convierta en invitado habitual. El recelo, la asunción de una responsabilidad muy por encima de los medios con que contamos y de nuestras obligaciones académicas, la sensación de desarrollar un trabajo que adolece de escasa consideración social son invitados no deseados que no se han presentado solo para gorronear o aguar nuestra fiesta “en familia” sino que amenazan con quedarse y hasta con llevarse por delante a algunos de los nuestros.

Los olores del aula, de los libros, han dejado paso al olor aséptico e inquietante de los mejunjes desinfectantes. Los sonidos que llenaban de vida un centro educativo están silenciados y amordazados por las omnipresentes mascarillas. Las muecas, sonrisas, vocalizaciones de alumnos y profesores han desaparecido para hacernos expertos en interpretación de miradas y en adivinación de la procedencia de los sonidos. El tacto, la cercanía, a veces esencial en las relaciones humanas, directamente se nos desaconseja como fuente de contagio. Todo esto no puede dejar sino un regusto amargo.

Hemos vuelto a la presencialidad (total, parcial, combinada…) en el proceso de enseñanza y aprendizaje sin haber reflexionado seriamente sobre los aprendizajes del largo periodo de enseñanza virtual con que cerramos el curso pasado. Creo que la experiencia nos dejó algunas conclusiones valiosas que dudo se incorporen a la vuelta a la «normalidad» académica. Hace seis meses tuvimos que improvisar la enseñanza a través de artilugios y tecnologías. La improvisación fue paliada en parte por la implicación de muchos alumnos y de maestros y profesores. Ahora la improvisación, la falta de medios con que hemos tenido que echar a andar el curso vuelve a exigirnos implicación para paliar errores y falta de diligencia tan ajenas como prescindibles.

Licenciado en Filología Inglesa. Profesor en el I.E.S. Albero.

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