Resultaba lo más sorprendente de los nacimientos que visitaba cuando era niño. En el riachuelo corría agua. Era el único elemento dinámico entre las figuras, de las que solo se movían sus sombras por la cíclica transición del día y noche recreada con artilugios luminotécnicos. Mi padre me explicaba el truco. Una pequeña bomba recirculaba el agua que enviaba por un macarrón al inicio del cauce. Para emular este prodigio, en casa, y supongo que en la mayoría de la de ustedes, nos apañábamos arrugando el papel de orillo.

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