Uno se independizaba cuando colgaba un cuadro de Recacha en su casa. Era el acto fundacional de un nuevo hogar alcalareño y el regalo de más prestigio en la boda. Se colocaba en un lugar prominente del salón de las visitas que se estilaba por entonces. El marco del paisaje plasmado en el lienzo se convertía en la ventana con las mejores vistas del nuevo piso, que con tanto esfuerzo se montaba, y la pieza más valiosa del ajuar nupcial en el que no podía faltar fina mantelería de hilo, cristalería de bohemia, losa cartujana y una cubertería plateada en estuche de terciopelo; un tesoro familiar cuya utilidad estaba destinada en exclusiva a la cena de Nochebuena.

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