A veces se obra el milagro. El nacimiento de un niño es el mayor de ellos. Verlos jugar en una plaza como la dedicada al ginecólogo Fernando Troncoso de Arce, que tantos niños ayudó a traer al mundo, es el mejor homenaje que Alcalá le podía rendir. La misma plaza es otro milagro. Un generoso espacio pensado para la convivencia de sus vecinos, de los cuales algunas de sus madres probablemente fueron asistidas por Troncoso. Niños que engendraron otros niños que ahora corretean por la plaza, un gran útero urbano donde crecen y se desarrollan.

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