Nada más estallar la Guerra Civil en la zona republicana dio comienzo la mayor persecución sufrida por la Iglesia a lo largo de su historia. Celebrar una misa, aunque fuese clandestina, implicaba la pena de muerte tanto para el sacerdote como para los fieles. Los religiosos no tuvieron más remedio que esconderse para salvar la vida. No faltaron personas valientes y de buen corazón que les ofrecieron cobijo, pese a ser extremadamente peligroso.

CONTENIDO EXCLUSIVO

Hazte socio. Si ya lo eres y aún no tienes claves pídelas a socios@lavozdealcala.com

Si ya eres socio inicia sesión