La sesión estaba a punto de comenzar. Ella entró sin mascarilla. Alguien de la organización le indicó que se la pusiera. Ni caso. Todos pusimos los ojos en aquella muchacha delgada y pelo corto que ocupaba un asiento individual al final del patio.

–Entonces llamo a la policía– se escuchó. Ella hizo varias llamadas. En su muñeca derecha apareció una mascarilla quirúrgica. Llegaron los municipales.

–Señora, póngase la mascarilla.

Una mujer dijo:

–Que se la ponga, que a mi me han puesto hoy ocho euros de multa por no llevarla.

La muchacha daba a entender a la autoridad, gesticulando con sus manos, que había bastante distancia entre las sillas, que la mascarilla no era necesaria, y por eso no se la ponía.

–Tiene que ponérsela. ¡Es obligatoria!

Todos vimos cómo se colocó la mascarilla, aunque seguía con los gestos y probablemente insistía en sus argumentos.

En un buen rato no se movieron de allí. Había comenzado la proyección y la joven seguía en sus trece. Fue cuando empezamos a mirarla. Uno dijo «que se vaya» y varios asistentes hicieron lo mismo. Casi toda la sala coreaba a la vez:

–Que la echen…

Unos cortos más tarde, el público se calmó y se olvidó del asunto.

Cuando llegó la hora de la votación, la chica y los policías habían desaparecido.

–¿Qué corto te ha gustado más, preguntó mi compañero?

–El que sucedió fuera de la pantalla, el primero.

El domingo fuimos a cenar a un restaurante. Una pareja se sentó enfrente. La chica no se quitó la mascarilla y cuando apareció la camarera, le preguntó sobre las normas de la casa, recordándole la obligatoriedad según el gobierno autónomo de llevar todo el rato la mascarilla en los salones cerrados. La empleada salió del paso como pudo y yo me quedé esperando a ver cómo demonios iba a tomarse la Coca-Cola.

Maestra, especialista de francés. Titulada por la Escuela Oficial de Idiomas, colabora en La Voz de Alcalá desde el año 2003 y en el periódico local 'La higuerita' de Isla Cristina desde el año 2010....

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