Amanece Cádiz envuelta en una llovizna neblinosa y comento en el puesto de verduras que aquello es casi un calabobos. La vendedora no conoce la palabra, pero la entiende sin más explicaciones, le hace gracia y me responde: «Seguro que esa palabra no la recoge el diccionario». Le contesto que si no la recogiera, peor para el diccionario. Esto ya le parece una extravagancia. El diccionario de la Academia tiene autoridad entra la gente, una autoridad que a veces no se limita a confiar en el buen criterio de la institución para incluir o excluir una palabra. Se le pide además al diccionario que sea poco menos que el Código Civil, cuando no un manual de urbanidad y buenas costumbres. Y un diccionario no es más que un recuento aproximado del vocabulario de una lengua en un momento determinado. Si el diccionario aclara que, en un uso ofensivo y discriminatorio, gitano significa trapacero, es porque hay gente que así lo usa. Y la mera constatación del fenómeno no aplaude este uso ni lo prohíbe. Esa no es función del diccionario.

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Soy filólogo y profesor jubilado de Secundaria. Ejercí muchos años en el «Cristóbal de Monroy». Participé en la reunión fundacional de La Voz de Alcalá y colaboro en este periódico desde 2006....