Me emociona ver a esa enorme cantidad de mujeres corriendo por las calles de Madrid para luchar en contra de la injusticia y por una causa, y me emociona ver las protestas en las calles de hombres y mujeres en contra del veredicto de La Manada…

Esa es una llama de esperanza en un mundo que necesita cambiar. Durante décadas, yo me he preguntado dónde estaban aquellas mujeres que en los setenta y ochenta reivindicaban la igualdad dispuestas a dejarse la piel, cuando una marea de mujeres invadiendo Europa cada vez más sometidas a los hombres y las feministas permanecían silentes porque había que respetar esa opción de las musulmanas. Si de verdad fuera una opción totalmente libre, yo la respetaría, pero ¿lo es? Por otra parte, las agresiones y ese chorreo de muertes por cuestión de género no son sino la punta del iceberg de una sociedad que no admite la igualdad. Los hombres siguen considerando a las mujeres una posesión y, como tal, pueden disponer de ellas a su guisa.

Me gustaría soñar un mundo en el que los jueces pudieran emitir veredictos no en función del género, sino en función del sentido común. Ese veredicto bochornosamente machista contra La Manada es un atentado contra la justicia, aunque venga de un juez y el hombre se haya empleado a fondo en justificar lo injustificable. Los jueces son personas y como tales pueden equivocarse, y el que toda la judicatura reaccione corporativamente apoyando el dictamen de ese magistrado escapa a la comprensión del ciudadano medio y no inspira respeto, sino por el contrario inquietud, desconfianza en la justicia, y rechazo. La Manada, así lo pide toda la sociedad, debe ser castigada por violación, puesto que fue una violación en grupo.

Me decía una amiga que no sea pesimista, que la sociedad va mejorando lenta pero inexorablemente, y yo quisiera creerla porque necesito apostar por un mundo en el que las personas, independientemente de su sexo, puedan ocupar el puesto que corresponde a sus capacidades y expectativas, en el que las cuotas de «poder» no sean necesarias, y en el que «te callas porque lo digo yo» sea reemplazado por «hablemos».

Las mujeres, oprimidas desde el albor de los tiempos, nos estamos despertando, y veo en ese despertar la posibilidad de un cambio que modifique un devenir histórico terriblemente inquietante con armas nucleares masivas y líderes mundiales poco razonables. Las mujeres estamos en contra de la guerra, tal vez porque al parir nos hermanamos, y porque podemos encontrar otra forma de solucionar los problemas que por la fuerza bruta. ¿Por qué no intentar un mundo en el que la batuta no esté movilizada por la testosterona sino por el diálogo y la conciliación? Hasta ahora las mujeres que han destacado en política lo han hecho mejorando los roles masculinos, pero hay otra forma de gobernar y tenemos que demostrarlo. De ese modo tal vez lograremos un mundo en el que se destierre el miedo.

Escritora y columnista de La Voz de Alcalá.

Deja un comentario