Me prometí no hablar de política en una temporada, pero no puedo dejar de hacerlo ante lo que percibo. Ayer, medio nos tranquilizábamos con el rumbo que va encauzando a Cataluña; y hoy una pareja procedente de Valencia, me comentaba: «Nos hemos venido a vivir a Sevilla por los hijos».

«¿Y eso?», pregunté. «El próximo curso escolar obligarán a estudiar en valenciano a los niños en esa región y nosotros no estamos de acuerdo…»

Si creemos que lo de Cataluña ha terminado porque estamos aburridos de asistir a la crisis independentista, y nos da igual lo que digan o hagan, estaremos cometiendo un error.   Cataluña aspira a atrapar en su marea independentista a los «países catalanes» que engloban a la región de Valencia y a las Baleares.

De hecho, han contribuido con importantes sumas de dinero a fomentar el estudio del valenciano y del mallorquín y, como ese partido que nació de los indignados con idea de conseguir una sociedad más justa, con tal de contentar a sus votantes y seguir en la poltrona, se presta a esa estrategia, pues adelante: a adoctrinar en las escuelas, institutos y universidades a los chavales para que en el futuro detesten a España y al castellano.  Y el castellano, el segundo idioma más hablado en el mundo, está quedando como el estudio de una lengua residual por debajo del inglés o del chino en Cataluña y va por ese camino en Baleares y Valencia.

Si no se ponen medios para evitar esa afrenta al idioma que nos une como nación, pronto esas zonas estarán unidas a Cataluña en sus afanes separatistas y tendremos que lamentar que nuestro país termine como Yugoslavia (el mejor país del este en la época de Tito) y hoy Montenegro, Eslovenia, Croacia, Macedonia, Bosnia y Serbia.  El equivalente en España serían los países catalanes, el país vasco, Galicia, Canarias, Aragón, la región de Murcia, el cantón de Cartagena, Andalucía y todas las regiones donde subyace una semilla independentista salvo las dos Castillas y Madrid.

Me he pasado toda la vida enseñando idiomas (mi profesión) y al principio de curso siempre indicaba a mis estudiantes que el idioma, además de ser el medio de comunicación, es el vehículo de cultura y el factor diferenciador de un pueblo.  En Cataluña, me cuentan, que ya hay niños en las zonas rurales que no saben hablar el castellano, de modo que poco o nada se podrán identificar con el resto de España cuando sean mayores.

Si nuestro afán generoso consiente que esto ocurra y nuestro talante democrático acepta de buen grado que España se trocee, vamos por buen camino, pero no olvidemos que más de la mitad de la población de esa región no desea el divorcio con España y que imponer el estudio de una sola lengua es una decisión política.  El tener un doble idioma no es negativo, al contrario, es una riqueza, el problema es que esa riqueza se esté usando como un arma.

Escritora y columnista de La Voz de Alcalá.

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