El término pachocha, aunque en Alcalá llegara a convertirse en mote familiar, está recogido en el diccionario de la Real Academia y ha pasado al vocabulario de otros países hispano hablantes. Para muchos de mi generación no se trata de una palabra caída en desuso, sino de un recuerdo vivo de aquella infancia de pan y queso. 

En mi caso particular, la palabra pachocha forma parte del vocabulario básico que aprendí de mis mayores. En la memoria me ha quedado asociada al recuerdo de personas, horas muy concretas del día y a circunstancias que luego marcarían mi forma de ser y estar.

Recuerdo a las mujeres trabajando todo el día en la vega de Gandul a pleno sol. Al dar de mano, subían a la fuente para refrescarse y comer algo antes de coger el tren. Reponían fuerzas y bromeaban bajo las acogedoras sombras del Jardín de Arriba que, desde el desarbolado campo de trabajo, veían a lo lejos. Cuando el calor se volvía sofocante y el sudor empapaba el pañuelo, les consolaba penar en el sencillo recreo vespertino.

Yendo de camino a la estación, se detenían en La Fresca (la desembocadura de la galería del agua), el rincón del jardín al que tan bien le venía el nombre. Allí se quitaban el sombrero y el pañuelo que sólo les dejaban visibles los ojos. Y se despojaban de la sobre-vestimenta: camisa ancha de mangas largas y puños abrochados, manoplas y, bajo el vestido, pantalones de hombre. Se protegían del sol para que, al salir al paseo del pueblo, los mozos no las tomaran por campesinas.

Se peinaban y se refrescaban la cara, el cuello y los brazos en La Ría. Entonces, recobradas sus fisonomías propias, iban al canasto, sacaban la cacerola vacía del almuerzo y remojaban con agua corriente los riscos que el calor había endurecido como piedra. Cuando estaban empachochaos, los regaban con aceite y vinagre, les ponían unos granitos de sal, y… ya tenían la pachocha, que en aquel lugar y en aquel momento, a ellas les sabía a manjar de dioses.

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Francisco López Pérez, maestro de Educación Primaria, licenciado en Geografía e Historia, colaborador habitual en la presa local alcalareña.

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